lunes, 7 de diciembre de 2009

07 de diciembre de 2009

(NOTA IMPORTANTE: Este diario comenzó a publicarse a partir del 03 de diciembre de 2009. Para leer la secuencia cronológica del mismo, usted debe buscar las primeras publicaciones de este diario en la parte inferior del blog. Gracias)

El día de ayer domingo fue bastante tranquilo. Gran parte del día me dediqué a trabajar en algunos ajustes a un proyecto que estoy presentando y de cuya aprobación depende mi sobrevivencia económica. En la noche cené con mi hija Verónica. Fue un encuentro agradable.

Mi otra hija, Carlota, la menor, no pude verla. Ella siempre anda ocupada.

Por la tarde llamó Alejandra. Efectivamente, su mamá había sufrido una recaída y estaban en una clínica en Barquisimeto.

Ella continúa sin saber lo que quiere hacer en relación a lo nuestro. Pero eso sí, me preguntó como diez veces qué estaba haciendo yo el sábado en la tarde que no le respondía el teléfono. Y aunque diez veces le respondí lo mismo, nunca me creyó. Es decir, que bueno es tener derecho a preguntar, pero sin obligaciones para responder, ¿no?

Creo que con esta conversación, sus llamadas se reanudarán, lo cual me tranquiliza un poquito, pero tampoco es que me llena de alegría. En realidad creo que debo seguir mi camino.

En un rato salgo a almorzar con Eugenia, mi amiga periodista.

Si hay noticias, ya les contaré.

8:31 PM

¡Buenas noticias!

¡Al fin! Les juro que las necesitaba.

Pero vamos por el principio: mi almuerzo con Eugenia fue estupendo. Una chica de cuarenta años, linda, inteligente, culta y corrida. Además, tremendamente venezolana, a pesar de que lleva quince años viviendo por fuera. Venezolana, digo, en su hablar, en el tono de su voz, en su picardía, en su mirada. Está casada con otro periodista, de nacionalidad inglesa pero a quien conoció hace años en Canadá. Y sus dos hijitos, de siete y ocho año, son su verdadera pasión.

Luego de ese agradable reencuentro, me fui a hacer mercado. Tal vez aún no se los he dicho, pero yo trabajo por mi cuenta a través de una pequeña empresa, digamos que de ingeniería civil, de construcción. En realidad ese no es mi campo, pero se le parece mucho, más por la dinámica que por la concepción. Bueno, total es que llevo exactamente un año sin facturar nada. Me he comido ahorros, he vendido dólares y al final, he tenido que vivir de mi única tarjeta de crédito.

Pero bueno, total que hoy, cuando fui a pagar mi modesto mercado con mi fabulosa tarjeta de crédito, la cajera me informa que está rechazada. O sea, que ya no tengo crédito para vivir. Saqué un cheque y pagué con el poquísimo que aun me queda.

Salí del mercado realmente desolado. Ese bloqueo de mi única y fabulosa tarjeta de crédito significa que para enero serán rechazados los pagos de mi seguro de vida y hospitalización, el seguro del carro, internet, teléfonos, electricidad, televisión por cable… Es decir, el desastre total. Además, ahora con una enorme deuda con la tarjeta, que ni idea de cómo voy a pagar.

Pero como bien decía mi ausente y sabia madre, “Dios aprieta, pero no ahorca”.

Al llegar a casa llamé a Alejandra y nos pusimos a hablar un rato. En eso me entra una llamada. Suspendo la llamada con Alejandra y atiendo la llamada entrante. Era una llamada sobre mi proyecto. Estaba totalmente aprobado y sólo debo a comenzar a cumplir con una serie de trámites administrativos, firmar contrato, facturar y ¡cobrar!

La parte fea o mala o antipática (recuerden que nada bueno viene sin algo malo y que nada malo viene sin algo bueno) es que debo entregar una “obra de ingeniería” antes del 30 de enero. Y eso será bien jodido.

La primera persona que se enteró de esta formidable noticia (que me permitirá recuperarme económicamente gran parte de este año y producirme recursos suficientes para el próximo) fue Alejandra. Pues, bien, le informo que la muchacha se alegró, pero no saltó de alegría. Y les explico la razón.

Ella, Alejandra, está convencida de que una vez que comience a trabajar y comience a producir nuevamente dinero, voy a comenzar a comenzar nuevas mujeres y me voy a enamorar de una de ellas. Ella está segura de eso, desde hace meses. Creo que a ella, como a mí, tampoco le gustan los cambios. Les tiene miedo. Cree que el cambio es una manera de perder algo.

Pero lo cierto es que hoy me he sentido más unido que nunca a esa carajita. Me hubiera encantado tenerla a mi lado y darle la noticia comiéndomela a besos. De verdad que estaba muy emocionado.

Hoy día, con ese formidable estallido de las comunicaciones telefónicas, por celulares, por internet, ya no importa si uno está en Caracas o en Nueva York. Pareciera que lo único importante es estar cerca de un “click” o de un celular. Y esa inmediatez comunicacional ha invadido el territorio del amor. Ahora pareciera que más importarte que estar juntos, es estar cerca. Cercanos. Sin importar la distancia.

Creo que el concepto de “soledad” y “compañía” ha quedado totalmente destruido y reconstruido bajo esta plataforma “virtual” del internet.

Durante estos pocos días en los que me he dedicado a escribir este diario, me he encontrado con comentarios de lectores que me han resultado absolutamente reveladores. He conseguido gente que me ofrece su lectura, como una tierna fórmula de compañía. Otros han llegado por casualidad a este blog y han confesado sentirse golpeados y atraídos ante tanta vitalidad expuesta. Y todo eso, no saben cuánto me ha ayudado a sentir que no fue un error haber comenzado a escribir un diario abierto a quien quiera y se anime a seguirlo.

Tengo lectores, no sé cuántos ni me importa, pero sé que al menos, cada día, tengo uno. Y eso es una tremenda responsabilidad. A veces, cuando escribo algo, pienso que voy a decepcionar a alguien. Pero no. En realidad eso no debe importarme.

Voy a olvidarme de todos (o de ese único y fiel lector) y voy a continuar escribiendo un verdadero diario. Y habrá días tristes y días maravillosos. O días nulos.

Como ya le he dicho, tengo cincuenta y un años. No soy un tipo guapo, pero me las arreglo para resultar atractivo. Y ando de amores inciertos con una carajita de veinticinco años.

A veces, Alejandra es necia, es torpe. Es peleona y más celosa de lo que a un hombre pudiera agradarle. Sin embargo, siempre sabe estar “allí”, aunque esté lejos. Pareciera que con ella es más importante estar “juntos” que estar “cerca”.

Y adoro su sexualidad, lo cual no significa que sólo aprecie su sexo. No. Es otra cosa.

Alejandra es hermosa, pero lo más hermoso de ella son sus piernas. Y no pierdo oportunidad de tocarlas o acariciarlas, ya sea que estemos haciendo el amor o estemos en el carro, en mitad de una tranca de carros caraqueña. Y allí, en mitad de una tranca de carros (o vehículos o coches, para los lectores foráneos), ella me dice, como si tal cosa, “es que sólo me tocas, y me mojo”.

Alejandra, mi dulce niña bella…

10:07 PM

A partir de mañana voy a andar muy ocupado. Ya saben, empezando a “construir mi puente de ingenieros” (Jajaja, yo sé que ya saben que no es un puente ni soy ingeniero). En lugar de un ingeniero, tal vez sólo sea un chef, un sastre, un cineasta, un médico, un abogado,un fotógrafo, un escritor, un arquitecto, un periodista o un publicista. No va a resultar tan fácil continuar este diario, pero aún así, lo haré.

3 comentarios:

Janeth dijo...

Hola Eduardo Saludos, ojala que te salga el trabajo, veo que las cosas estan mejorando, ojala y tu vida se vista de cosas bonitas, te sigo leyendo amigo....

Eduardo Guerra, el imaginario... dijo...

Gracias, Janeth. Ya todo está saliendo bien! Saludos y cariños..

Madame Bovary dijo...

¡Felicidades por ese trabajo!

Un beso.