viernes, 15 de enero de 2010

15 de enero de 2010

Un país al revés. Venezuela es como un país, pero al revés. Todo es extraño y todo ocurre, pero ocurre a lo contrario de lo esperado.

País minero, petrolero, dueños de una (o quizás la mayor) reserva petrolífera del mundo. Hasta hace quince años éramos la potencia hidroeléctrica de latinoamérica. Un país ENERGÉTICO. Y hoy día han intentado someternos a un inaudito racionamiento eléctrico.

Durante un día que duró el racionamiento, los semáforos de las calles de Caracas se apagaron, las calles (de ordinario caóticas) se volvieron intransitables. Los bancos, los automercados, las farmacias, los hospitales, la TV por cable, los celulares, la internet, todo se apagó en Caracas durante cuatro horas, en cada uno de los seis bloque en los que fue dividida la ciudad. En el bloque A, por ejemplo, se nos iba la electricidad. Pero al regresar la energía, no teníamos señal de TV por cable o de internet, ya que en ese momento a los proveedores les tocaba su turno de apagón.

Cinco minutos antes de cumplirse las primeras veinticuatro horas del loco racionamiento, Hugo Chávez lo suspendió a través de una llamada telefónica a VTV, su emisora “personal” de televisión.

Y así, lo que antes era malo, ahora es peor: porque el mal sigue existiendo. El brutal racionamiento era una medida producto de la ausencia total de una verdadera planificación energética por parte del gobierno, pero la eliminación del racionamiento eléctrico para Caracas, no es más que un acto profundamente irresponsable.

Toda la carga del ahorro energético se lo pasaron, de un plumazo y en dos minutos, al interior del país. Desde hace meses, ciudades como Mérida o Barinas han sufrido apagones hasta de catorce horas al día. Y ahora lo que les espera es peor.

En once años de gobierno y con la mayor renta petrolera jamás vista en la historia de Venezuela, Chávez ha sido incapaz de crear y desarrollar nuevas fuentes de energía. La represa del Guri fue creada en 1968, con una visión futurista de proveer a los venezolanos de una energía a gran escala y totalmente limpia y libre de contaminantes: hidroeléctrica.

Once años más tarde, Chávez tiene la cara-dura y los cojones bien (o mal puestos) para atribuir esta gigantesca crisis energética a sus predecesores gobernantes. Nada de lo que ocurre en el país, parece ser su culpa, o mejor dicho, su responsabilidad.

Chávez es un maldito y su gestión, una maldición.

En estos pocos días del año 2010 hemos sido víctimas de una feroz devaluación, racionamientos de agua y cortes de electricidad. Pero nada de eso es su culpa.

Que Chávez sea un loco es cosa sabida. Lo peor de todo es que su locura está apoyada por poco más de la mitad de los venezolanos. Si Chávez devalúa la moneda, la mitad lo aplaude y dice que ahora sí Venezuela se va a convertir, de la noche a la mañana, en un verdadero país exportador. Una pregunta, ¿exportador de qué?

Nosotros, los venezolanos, prácticamente importamos hasta el agua que nos bebemos: leche, caraotas, carne, los carros, los repuestos de los carros, televisores, reproductores de DVD, celulares, libros y un larguísimo etcétera capaz de abarcarlo todo. Así, una devaluación, muy, pero muy lejos de incentivar la producción nacional, lo que hace es encarecer el día a día la vida del venezolano. Un ejemplo: los miembros del transporte público ya han comenzado a exigir, bajo amenaza de un paro masivo, un aumento del 100% del pasaje.

Aún así, aún bajo este panorama catastrófico, casi la mitad de la población del país continúa siendo chavista. En este momento de crisis, la popularidad de Chávez ha descendido apenas al 46%. ¡Joder! Es decir… ¡NO ME JODAS!

Un país al revés. Un país en el que la inteligencia no tiene valor y el fanatismo es satisfecho a plenitud. Un país que se dice enarbolar una revolución socialista al tiempo que sus funcionarios engordan con dinero malhabido de la corrupción más insaciable que ha vivido el país.

Soy un hombre humilde, que vive de lo que hace y de lo que trabaja. Soy partidario (¿cómo no serlo?) de que cualquier proceso en el que cada día los pobres deberían ser menos pobres y los ricos deberían ser menos ricos. Pero esa premisa nada tiene que ver con nuestro “chavismo”.

Estoy de nuevo en Naiguatá, en mi casa, luego de casi un mes de ausencia. Estaré apenas durante el fin de semana, hasta el lunes. En estos días disfrutaré del calor, del mar, del ron y de las madrugadas.

El martes ya tengo reuniones de trabajo y volveré a Caracas, al apartamento de mis amigos…

En estos días he soñado mucho con Anabel…

El amor es cosa extraña. Cosa caprichosa.

Hace poco más de un año que no tengo noticias de Anabel. Una vez le dije: “cuando nos separemos, jamás tendremos que explicarnos nada: ambos conocemos de sobra los motivos”.

Y así nos separamos. Sin mayor explicaciones. Y luego, nada. Absolutamente nada.

Soy amigo de su hermano y a través de Facebook, supongo que sé que Anabel continúa con vida. De lo contrario, podría hasta dudar si ella sigue viva.

Me gustan las mujeres morenas, de piel canela, como bañadas de miel y caramelo. Pero Anabel era blanca como la leche. Tenía piernas largas, deliciosos senos y un estupendo trasero. Pero lo más hermoso de ella eran sus manos: justas y perfectas. Aún así, lo que más me gustaba de ella era su sonrisa y su mirada. Y tras su mirada, sus bellos ojos.

Anabel. Anabel me gustaba toda. Cuando se quedaba quieta o cuando se movía. Cuando callaba o cuando hablaba. Cuando dormía o cuando despertaba. Me gustaba antes de hacerle el amor, y la quería después de hacérselo. Su sexo era el hogar de mi alegría y el templo de mi felicidad. Y en algún momento, realmente en muchos, llegué a pensar que era (probablemente sin serlo) la mujer más hermosa de la historia del mundo.

Hace más de un año que no sé de ella. Pero no hay día que me despierte ni noche que me duerma sin antes pensar en ella.

Hace un par de noches soñé con ella. Me abrazaba y me decía “nunca quiero perderte”. Y yo le respondía: “Ay, Anabel, ya no te puedo creer nada…”

Fue un sueño triste. Un sueño miserable.

Una inaudita hipótesis: ¿qué haría si Anabel se me aparece nuevamente?

Ojo: yo sé que no lo va a hacer. Pero, aguzando la imaginación, como cuando éramos niños y soñábamos que seríamos héroes o bomberos, ¿qué haría si ella me llamara?

No lo sé. ¡Coño! No lo sé.

Todos los manuales de afectos y de amor dictan que debería mandarla bien lejos pa´l carajo. Pero yo ahora, en la sencilla soledad de mi cuarto en Naiguatá, no tengo ni puta idea de qué haría…

La quise y la amé a rabiar. Lo juro. Y ella lo sabe. O lo supo.

Los sueños casi siempre tienen razón: no podría creer en ella.

Quizás lo único que lamente ahora, hoy día, hoy noche, es que Anabel no haya sido capaz de entender ni poco ni mucho: simplemente no entendió nada. Y así, feliz, contenta e ilusionada, ella ha debido seguir su camino. A estas alturas, debe estar enamorada de otro, como antes de mí. Y sus labios repiten palabras que antes me fueron dichas. Y ahora, quizás hoy, quizás en este momento, otro hombre toca y acaricia el cuerpo que alguna vez pretendí que fuera sólo mío.

¡Ay! El amor es como un milagro. Pero cuando pifiamos y se jode, es una verdadera cagada.

sábado, 9 de enero de 2010

9 de enero de 2010

Una nueva devaluación, quizás la más agresiva de todas en los últimos 27 años: 100%. De 2,15 Bs. pasó a Bs. 4,30.

Chávez en persona, luego de una cadena televisiva, anunció la devaluación como un "nuevo precio a la divisa norteamericana". Es decir, estamos viviendo en el paìs de los eufemismos. Es decir, cuando alguien muere, realmente no muere: solamente deja de existrir.

Vaya que son cretinos.

Quería comentarles algo. Un comentario que me lo esperaba, pero, aun así, me agarró de sorpresa. El comentario se hizo en el post anterior a este y lo firma una chica llamada Marilu. El comentario dice lo siguiente:

"Hola, queria saber si realmente tienes la edad que dices, porque segun lo que escribes, parece que los años pasaron en vano, y no maduraste para nada, eres como un joven inmaduro, con miedo a vivir, al futuro, a quedarse solo, dependiente, lo que es raro en los jovenes de hoy,me da mucha pena como tratas de inspirar lastima, como si el mundo solo fuera mujeres, sexo, viviendo de migajas de cariño, bueno sorry si te digo todo esto, pero pienso que la vida es tan maravillosa con todo lo bueno y lo malo, que no se puede desperdiciar de esa manera.
Marilu."

Me pareció un comentario innecesario, agresivo e intolerante. Y por un momento me hizo dudar de mi desición de publicar este diario.

Creo que he dejado claro que no busco consejos, pero mucho menos aún pretendo buscar lástima de mis potenciales e improbables lectores.

Que vivo de las migajas del amor, eso es cierto: yo lo mismo lo he dicho. Y no me siento orgulloso de ello.

Si he madurado o no, es algo que no estoy ni dispuesto ni en capacidad de discutir. Me siento viejo, pero a la vez muy joven. Y sentirme joven me permite creer que aun yo mismo puedo cambiar. Cuando deje de creer en mi capacidad de cambio, no sólo habré envejicido realmente, sino que me habré muerto. En ese momento seré un muerto que camina.

Soy un empresaro pequeño, a ratos exitoso y a ratos fracasado. Me importa el dinero y todas sus consecuencias, buenas y malas. Soy un extraordinario negociante y un excelente trabajador. Sin embargo, creo fielmente que la vida, la verdadera vida que está mucho más allá de cualquier éxito o de cualquier fracaso.

Creo en el amor de la misma forma en la que creo que necesito respirar para vivir.

Creo en las pesadillas, pero también creo en los sueños. Y tal vez eso me haga un viejo infantil, pero de eso sí que me siento orgulloso...

Escribo este diario para compartir experiencias. Para compartir penas, dolores, aciertos y desaciertos.

No soy un hombre exitoso, es verdad, pero tampoco soy un hombre fracasado. Me he equivocado muchas, muchísimas veces (y creo que me continuaré equivocando), pero también he tenido maravillosos y dulces aciertos.

Pienso que Marilu, la eventual y exigente lectora de este diario, proviene de un mundo raro. De un mundo en el que nadie fracasa, en el que nadie tiene deudas de amor, en el que nadie se equivoca, en el que nadie es herido. Un mundo en el que nadie se siente perdido.

Vaya buena suerte la suya. O vaya coraje para AFIRMAR que la vida es maravillosa (en eso estoy de acuerdo), pero a la vez IGONORAR que a veces es miserablemente miserable...

sábado, 2 de enero de 2010

2 de enero de 2010

Soy de los que disfrutan las navidades y creo y siento que es la época más hermosa del año. Sin embargo, con ella, con las navidades, me ocurre algo extraño. Comienzo a disfrutarlas desde los últimos días de noviembre, como el preambulo de un hermoso acontecimiento. Luego vienen los preparativos, montar el arbolito, pensar en los regalos, comprarlos, pensar en la cena, prepararla o ayudar a prepararla. Aparece la música, las gaitas, los aguinaldos, los villancicos, siempre viejos y siempre nuevos, frescos y deliciosos, llenos de una tierna ilusión casi infantil. Temprano aún diciembre, las casas y los pasillos de los edificios se cargan del olor de las hallacas y de algún prematuro pernil. Luego llegan las fiestas, las verdaderas celebraciones para las que tanto nos habíamos preparado y siento (y allí va lo extraño) que nunca logro verle realmente la cara. Sé que la Navidad está allí, pero no la veo. Luego viene el remanente navideño, el fin de año. Pero tampoco lo siento. Finalmente llega enero y me siento triste. Pero no, no es una tristeza fea. Es más bien como una tristeza dulce.

Salgo en mi carro y recorro autopistas y avenidas deliciosamente desiertas. Los centros comerciales continúan decorados de Navidad, pero vacíos, como si estuvieran agotados después de tanto ajetreo festivo. Entonces, en ese momento, siento que veo la Navidad como quien mira a una mujer bonita aún vestidita de fiesta pero sin maquillaje y con los tacones en la mano.
"Me la he vuelto a perder", pienso. Pero no es así. En realidad me las he disfrutado a rabiar. Pero mis Navidades son como un tren que puedo apreciar a la perfección cuando se acerca y cuando se aleja del andén. Pero cuando las tengo de frente, justo ante a mis ojos, no logro ver el hermoso tren: apenas un vagón medio deteriorado y desvencijado...

Ahora que lo pienso y lo veo escrito sobre la pantalla de mi computadora, tal vez algo similar me ocurre con el amor. O con mi vida: puedo ver las cosas cuando se acercan o cuando se alejan, pero rara vez sé verlas y apreciarlas cuando las tengo al alcance de mi mano...

Con Anabel las cosas fueron distintas: nunca necesité que se alejara para saber reconocer cuanto la amaba. Pero también es cierto que ella jamás estuvo en el andén. Siempre tuve que esperar su llegada a mi cuarto y apenas se metía en mi cama, ya tenía que marcharse...
En cambio con Alejandra es distinto: quiero alejarme de ella, pero me da terror que luego, cuando la vea partir, sienta que la necesito...

¡Vaya! Las cosas simples no deberían ser tan complicadas.

Pero apartando mi incapacidad para darme cuenta de qué es realmente lo que tengo frente a mis ojos y entre mis manos, hay cosas que son innegables. Y una de ellas es el cielo limpio y azul que envuelve a Caracas durante esta época del año y, en consecuencia, la hermosa desnudez con la que se nos muestra el cerro de El Ávila, la montaña más hermosa del mundo. Aqui les dejo unas fotos...


































Para mi único lector (si es que lo tengo), mis más sinceros deseos de que este año 2010 que comienza esté lleno de salud, alegría, paz y triunfos.