Un país al revés. Venezuela es como un país, pero al revés. Todo es extraño y todo ocurre, pero ocurre a lo contrario de lo esperado.
País minero, petrolero, dueños de una (o quizás la mayor) reserva petrolífera del mundo. Hasta hace quince años éramos la potencia hidroeléctrica de latinoamérica. Un país ENERGÉTICO. Y hoy día han intentado someternos a un inaudito racionamiento eléctrico.
Durante un día que duró el racionamiento, los semáforos de las calles de Caracas se apagaron, las calles (de ordinario caóticas) se volvieron intransitables. Los bancos, los automercados, las farmacias, los hospitales, la TV por cable, los celulares, la internet, todo se apagó en Caracas durante cuatro horas, en cada uno de los seis bloque en los que fue dividida la ciudad. En el bloque A, por ejemplo, se nos iba la electricidad. Pero al regresar la energía, no teníamos señal de TV por cable o de internet, ya que en ese momento a los proveedores les tocaba su turno de apagón.
Cinco minutos antes de cumplirse las primeras veinticuatro horas del loco racionamiento, Hugo Chávez lo suspendió a través de una llamada telefónica a VTV, su emisora “personal” de televisión.
Y así, lo que antes era malo, ahora es peor: porque el mal sigue existiendo. El brutal racionamiento era una medida producto de la ausencia total de una verdadera planificación energética por parte del gobierno, pero la eliminación del racionamiento eléctrico para Caracas, no es más que un acto profundamente irresponsable.
Toda la carga del ahorro energético se lo pasaron, de un plumazo y en dos minutos, al interior del país. Desde hace meses, ciudades como Mérida o Barinas han sufrido apagones hasta de catorce horas al día. Y ahora lo que les espera es peor.
En once años de gobierno y con la mayor renta petrolera jamás vista en la historia de Venezuela, Chávez ha sido incapaz de crear y desarrollar nuevas fuentes de energía. La represa del Guri fue creada en 1968, con una visión futurista de proveer a los venezolanos de una energía a gran escala y totalmente limpia y libre de contaminantes: hidroeléctrica.
Once años más tarde, Chávez tiene la cara-dura y los cojones bien (o mal puestos) para atribuir esta gigantesca crisis energética a sus predecesores gobernantes. Nada de lo que ocurre en el país, parece ser su culpa, o mejor dicho, su responsabilidad.
Chávez es un maldito y su gestión, una maldición.
En estos pocos días del año 2010 hemos sido víctimas de una feroz devaluación, racionamientos de agua y cortes de electricidad. Pero nada de eso es su culpa.
Que Chávez sea un loco es cosa sabida. Lo peor de todo es que su locura está apoyada por poco más de la mitad de los venezolanos. Si Chávez devalúa la moneda, la mitad lo aplaude y dice que ahora sí Venezuela se va a convertir, de la noche a la mañana, en un verdadero país exportador. Una pregunta, ¿exportador de qué?
Nosotros, los venezolanos, prácticamente importamos hasta el agua que nos bebemos: leche, caraotas, carne, los carros, los repuestos de los carros, televisores, reproductores de DVD, celulares, libros y un larguísimo etcétera capaz de abarcarlo todo. Así, una devaluación, muy, pero muy lejos de incentivar la producción nacional, lo que hace es encarecer el día a día la vida del venezolano. Un ejemplo: los miembros del transporte público ya han comenzado a exigir, bajo amenaza de un paro masivo, un aumento del 100% del pasaje.
Aún así, aún bajo este panorama catastrófico, casi la mitad de la población del país continúa siendo chavista. En este momento de crisis, la popularidad de Chávez ha descendido apenas al 46%. ¡Joder! Es decir… ¡NO ME JODAS!
Un país al revés. Un país en el que la inteligencia no tiene valor y el fanatismo es satisfecho a plenitud. Un país que se dice enarbolar una revolución socialista al tiempo que sus funcionarios engordan con dinero malhabido de la corrupción más insaciable que ha vivido el país.
Soy un hombre humilde, que vive de lo que hace y de lo que trabaja. Soy partidario (¿cómo no serlo?) de que cualquier proceso en el que cada día los pobres deberían ser menos pobres y los ricos deberían ser menos ricos. Pero esa premisa nada tiene que ver con nuestro “chavismo”.
Estoy de nuevo en Naiguatá, en mi casa, luego de casi un mes de ausencia. Estaré apenas durante el fin de semana, hasta el lunes. En estos días disfrutaré del calor, del mar, del ron y de las madrugadas.
El martes ya tengo reuniones de trabajo y volveré a Caracas, al apartamento de mis amigos…
En estos días he soñado mucho con Anabel…
El amor es cosa extraña. Cosa caprichosa.
Hace poco más de un año que no tengo noticias de Anabel. Una vez le dije: “cuando nos separemos, jamás tendremos que explicarnos nada: ambos conocemos de sobra los motivos”.
Y así nos separamos. Sin mayor explicaciones. Y luego, nada. Absolutamente nada.
Soy amigo de su hermano y a través de Facebook, supongo que sé que Anabel continúa con vida. De lo contrario, podría hasta dudar si ella sigue viva.
Me gustan las mujeres morenas, de piel canela, como bañadas de miel y caramelo. Pero Anabel era blanca como la leche. Tenía piernas largas, deliciosos senos y un estupendo trasero. Pero lo más hermoso de ella eran sus manos: justas y perfectas. Aún así, lo que más me gustaba de ella era su sonrisa y su mirada. Y tras su mirada, sus bellos ojos.
Anabel. Anabel me gustaba toda. Cuando se quedaba quieta o cuando se movía. Cuando callaba o cuando hablaba. Cuando dormía o cuando despertaba. Me gustaba antes de hacerle el amor, y la quería después de hacérselo. Su sexo era el hogar de mi alegría y el templo de mi felicidad. Y en algún momento, realmente en muchos, llegué a pensar que era (probablemente sin serlo) la mujer más hermosa de la historia del mundo.
Hace más de un año que no sé de ella. Pero no hay día que me despierte ni noche que me duerma sin antes pensar en ella.
Hace un par de noches soñé con ella. Me abrazaba y me decía “nunca quiero perderte”. Y yo le respondía: “Ay, Anabel, ya no te puedo creer nada…”
Fue un sueño triste. Un sueño miserable.
Una inaudita hipótesis: ¿qué haría si Anabel se me aparece nuevamente?
Ojo: yo sé que no lo va a hacer. Pero, aguzando la imaginación, como cuando éramos niños y soñábamos que seríamos héroes o bomberos, ¿qué haría si ella me llamara?
No lo sé. ¡Coño! No lo sé.
Todos los manuales de afectos y de amor dictan que debería mandarla bien lejos pa´l carajo. Pero yo ahora, en la sencilla soledad de mi cuarto en Naiguatá, no tengo ni puta idea de qué haría…
La quise y la amé a rabiar. Lo juro. Y ella lo sabe. O lo supo.
Los sueños casi siempre tienen razón: no podría creer en ella.
Quizás lo único que lamente ahora, hoy día, hoy noche, es que Anabel no haya sido capaz de entender ni poco ni mucho: simplemente no entendió nada. Y así, feliz, contenta e ilusionada, ella ha debido seguir su camino. A estas alturas, debe estar enamorada de otro, como antes de mí. Y sus labios repiten palabras que antes me fueron dichas. Y ahora, quizás hoy, quizás en este momento, otro hombre toca y acaricia el cuerpo que alguna vez pretendí que fuera sólo mío.
¡Ay! El amor es como un milagro. Pero cuando pifiamos y se jode, es una verdadera cagada.